Despedida Lic. Aldo Cerruti

El Colegio de Psicólogos de Misiones, despide con hondo pesar al estimadísimo colega Lic. Aldo Cerruti, quien dedicó más de treinta años al servicio de la profesión, entregándose de manera apasionada y comprometida. Nuestro querido colega, constituyó junto con un pequeño grupo de jóvenes de los 70, la Asociación de Psicólogos de Misiones (AMiPsi), logrando en 1980 la sanción de nuestra Ley 1306/80 y con ello la creación de nuestro Colegio Profesional de Psicólogos de Misiones.
Si bien, el pasado año hemos tenido el honor de homenajearlo como profesional destacado, resulta ésto escueto para honrar a alguien con tanto camino hecho al andar. En su historia de vida profesional, se refleja parte de nuestra historia, la cual no ha sido para nada fácil, fueron años intensos de lucha, de esfuerzo, de trabajo, hasta posicionarnos afianzadamente como profesión.
A continuación, transcribimos su último escrito enviado en conmemoración de los 30 años del Colegio de Psicólogos.
Hasta siempre Aldo y gracias por tanto.
Comisión Directiva
CPPM
“Graduado de la entonces Universidad Nacional de Cuyo –hoy de San Luis- llegué a Posadas a fines de febrero de 1972. Fui el tercero: poco después conocí a Susana (Huby para todo el mundo) Quintana de de la Torre y a Susana Novau de Pizarro, quienes me habían precedido en la llegada.
En esta rememoración de los 30 años de nuestra ley provincial de ejercicio profesional de la psicología no es en absoluto mi propósito el narrar una cronología de las personas ni de los hechos; sé que esta información está al alcance de quien desee consultarla en los registros de nuestro Colegio. He preferido, para escribirla, dejarme llevar por una motivación mucho más visceral y –creo yo- comprometida. En una hermosa canción, el cantautor Jorge Marziali, haciendo referencia a quienes debieron ausentarse de nuestro país (ya post 1976, ya post 2001) y a quienes se quedaron, dice: “ ¡… tanto aguante y calentura!”. Bien, es desde allí que intento escribir. Gracias, Jorge Marziali. Es desde el aguante y la calentura que en los ’70 un pequeño grupo de jóvenes psicólogos (sí, éramos todos jóvenes) nos pusimos las pilas para constituir la Asociación Misionera de Psicólogos (AMiPsi). Y, en coherencia y continuidad con este primer hito, logramos en 1980 la sanción de nuestra ley 1306/80 y, con ello, la creación del Colegio Profesional de Psicólogos de Misiones. Claro: esto, así dicho, parece lineal y sencillo; y precisamente lo que intento rescatar y subrayar es que fueron años intensos de lucha, de esfuerzo, de trabajo. En los respectivos lugares de trabajo, demostrando diariamente que la psicología era y es indispensable en la salud, en la educación, en lo jurídico, en la problemática conyugal-familiar. En aquellos años no gozaba nuestra actividad del reconocimiento y la presencia sociales de los cuales hoy dispone; por el contrario, había que lograrlos, y no era siempre fácil. La lucha también era cotidiana, aunque también es imprescindible recordar que en un espacio particularmente conflictivo, el de la psicología clínica, tuvimos desde un principio el serio e incondicional apoyo de profesionales médicos de la talla de la Dra. Natividad Leiva de Toledo, el Dr. Manuel Acosta, el Dr. José Balette, el Dr. Juan Carlos del Longo, el Dr. Mariano Balanda, el Dr. Juan Yadhjian.
Qué decir del esfuerzo; nada en estas líneas apunta al engreimiento, al envanecimiento por supuestos laureles generacionales. Muy por el contrario, es mi convicción al escribirlas la certeza de que la lucha y el esfuerzo no se han agotado, que nuestros jóvenes colegas tienen ante sí desafíos no menores a aquellos que debimos enfrentar los hoy jovatos más de treinta años atrás. Pero es digno de recordar que tuvimos y criamos nuestros hijos entre febriles reuniones nocturnas, después de las jornadas de trabajo, y que los textos que luego fueron ley surgieron de borradores escritos entre llantos y pañales.
Sin temor a cierta cursilería se puede afirmar que en algún sentido crecimos junto a nuestros hijos; primero, por haber elegido no una carrera ya consagrada por décadas o siglos de práctica y tradición, como la medicina, el derecho, la ingeniería, sino por el contrario una nueva, en la cual todo o casi todo estaba por hacerse y a nuestra generación le tocaba ese protagonismo. Segundo, porque nuestra novel profesión había nacido a la práctica bajo el estigma de la retrógrada “ley de Onganía”, la cual establecía con su obvio sello dictatorial que en el área clínica (tradicional columna vertebral de nuestra profesión) el psicólogo era un mero auxiliar de la medicina; lo cual no obstaba para que de hecho la psicoterapia y el psicoanálisis fueran ejercidos por psicólogos en todo el país. Y tercero: la extrema dificultad material predominante en aquellos años para la formación de post-grado; baste recordar que aún avanzada la década del 80 la APA no oficializaba la formación psicoanalítica de psicólogos.
Inevitable, e imprescindible a la vez, recordar los años de la siniestra dictadura 1976 – 83. El cierre de las carreras de psicología en todo el país, la persecución, la desaparición y/o la muerte de tantos colegas –de lo cual dan cabal testimonio E. Carpintero y A. Vainer en “Las huellas de la memoria” (Ed. Paidós, 2005, tomo II, pág. 287). Si bien en Misiones no hubo en nuestra profesión víctimas del terrorismo de estado, el terror y la zozobra cotidiana no nos fueron extraños. Resulta así casi increíble que en 1980, en plena dictadura, fuera promulgada nuestra Ley, sumando de tal modo un valioso precedente a la legislación hoy vigente en todo el país. Se daba así el justo desenlace, en nuestra provincia, a la ardua lucha que en toda Argentina, bajo la irrenunciable consigna “Hacer legal lo que es legítimo”, veníamos librando los psicólogos. En este punto quiero hacer una especial mención al colega y amigo que tanto especial desvelo dedicó a ese logro, y que fuera el primer presidente del flamante Colegio de Psicólogos de Misiones: Roberto Mendoza, hoy residente en otros lares.
En esta rememoración, forzoso es también tener presente que no todo a partir de 1980 fue triunfal y apacible. Y pienso en particular en la iniciativa que por vía judicial cursó un grupo de psiquiatras locales, solicitando la revocatoria de la LEY 1306/80 y, consecuentemente, retrotraer el estatus profesional del psicólogo a la “ley de Onganía”. Una vez más debimos asumirnos en lucha y fundamentar en los estrados legales lo que ya era ley; y una vez más primaron la razón y la justicia, la tal pretensión fue desestimada legalmente y nuestra ley quedó fortalecida.
Al ir llegando a los párrafos finales de este texto, me doy cuenta de que no ha sido poca responsabilidad el escribirlo. Creo que, si bien no es por demás extenso, su escritura me ha resultado tan intensa como la historia de la cual pretende dar un testimonio. Me recuerdo pasando varias veces de largo frente a la compu, como quien silba un tango y mira para otro lado: no me (le) animaba. Soy consciente de no haber hecho casi referencia a las décadas del ’90 y del 2000; sólo puedo aducir en mi favor dos argumentos. El uno, que ya en esas décadas participaban activamente muchos colegas jóvenes y que, por lo tanto, el protagonismo de los “Ancianos” comenzaba con justicia a ceder espacios; el otro, que por mi parte me dediqué apasionadamente –sin abandonar por cierto la práctica psicoanalítica en el sector privado- a la salud mental en el ámbito de salud pública.
Hoy es otra la realidad, son otras las luchas. La profesión de psicólogo está firmemente afianzada, y por ello mismo es campo de otras discusiones y otros atravesamientos, como es otro el país. Por un lado, el avance de las políticas neo-liberales que propician la des-responsabilización del Estado en materia de salud pública y educación pública. A ello se suma una creciente demanda de servicios psicológicos, sin que –por lo antedicho- las instituciones públicas respondan con el debido incremento de recursos humanos debidamente capacitados. Otras circunstancias ponen a prueba incesantemente la formación de grado y hacen necesario el permanente replanteo de la misma, así como el de las ofertas de post-grado. La despolitización habida en amplios sectores de la juventud en formación, así como la escasa valoración de los grandes pensadores filósofos que se observa hoy en día en cátedras y planes de estudio, y además la banalización que parece enseñorearse de nuestra cultura “mediática”, son algunos de los desafíos actuales irrenunciables. Pero todo ello se pone de manifiesto, dialécticamente y lejos de los silencios encubridores, en un presente de vigencia y actividad fuertemente vitales”.